Corría el año 2057, el año de la sabandija en el neo-calendario japonés-coreano. Ya sabéis que después de la tercera guerra mundial el mapa geográfico mundial quedó patas arriba. De hecho, la prueba de geografía de selectividad se abolió en la posguerra debido a la incesante necesidad de los líderes de fusionar territorios contiguos y, en el caso de Moldavia con Brasil, no tan contiguos.
En esa época tiene cita esta increíble historia, que tiene como protagonista a un chaval llamado Anibal Hamn. Anibal era un chico sencillo, de veinte años, estudiante de ingeniería y sin mucho que hacer en la vida, aparte de estudiar y beber kalimocho en el césped, que esas cosas no cambian con el paso de los años. Tiene que soportar a los alumnos ingenieriles de los 2000 gritarle: ¡estudia, vago! cuando él sabe de sobra que eso es lo que no hacían sus predecesores, salvo algún caso aislado que llego a viajar al espacio.
Anibal Hamn aquel día había bebido demasiado. Tanto, que de camino a casa, se equivocó de calle. Era tarde, madrugada tal vez, aunque los nuevos relojes del recién implantado sistema decimal no eran del todo fiables. Sin embargo, la falta de luz cenital proclamaba que al menos las cuatro de la tarde no eran.
En aquella calle vio cómo dos transeúntes desalmados daban una paliza a uno que se estaba quedando sin alma poco a poco. Embriagado de vino que iba, no dudó en salir al paso, con tan mala pata que descubrió que el agredido era su primo. Sí, ese primo que planeó su muerte hará ya dos años. Madlito primo, pensó Anibal. No merecía llevar el apellido Hamn. Y aunque no lo llevara, seguía formando parte de su familia. Le arreó una patada, con tan mala fortuna que fue a golpear el tobillo de uno de los agresores iniciales, cayendo al suelo ante la increíble fuerza del empeine de Anibal. El otro agresor salió corriendo, dejando a su compañero con tibia y peroné a la bailolé.
- Me has salvado, primo. Te debo la vida. Disculpa que quisiera matarte aquella vez.
- No tienes que agradecerme nada, Santiago. Tú habrías hecho lo mismo.
- … Sí, claro, por qué no.
Ambos primos se fueron para casa a comer tortitas.
To be continued
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