Desde 1986, año en el que un servidor nació, no juega el Atlético de Madrid una final europea. Hasta el día 12 de mayo, cuando se enfrentará al Fulham en Hamburgo, en la final de la primera edición de la UEFA Europa League. Y, para llegar allí, el Atleti ha tenido que llegar sufriendo, que si no, no es el Atleti.
El conjunto madrileño tenía que aguantar el 1-0 conseguido en la ida, gracias a un tanto de Diego Forlán, que este año está haciendo bien poco, pero el tío está ahí cuando hay que rematar la pelota. En el partido de ida el resultado debió haber sido más abultado, y se oyeron voces de: “el Atleti se va a eliminar por no haber rematado el partido en el Calderón”. Pero en Anfield Road no se materializaba el dominio del Liverpool, que seguía tan mal como en el Calderón. Hasta que llegó Aquilani y se sacó un tiro que se coló pegado al palo de De Gea, un baluarte en la portería. Lo peor del gol fue el momento en que llegó: al filo del descanso.
A medida que pasaban los minutos en la segunda parte se veía más claro que el partido se iba a la prórroga, y fue comenzarla, y Benayoun metió gol, en un fallo de la defensa atlética (¿qué es el Atleti sin fallos defensivos?), metiendo el miedo en el cuerpo a todos los aficionados atléticos. Hasta que, unos cuantos minutos después, el fútbol hizo justicia y por allí apareció Diego Forlán, recabando un centro de Reyes, uno de los mejores (junto con el transformado Perea), para fusilar a Pepe Reina.
El 12 de mayo, en Hamburgo, el Atlético de Madrid tiene la oportunidad de volver a ser un grande de Europa.
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